20 feb 2014

Apéndice de inmortalidad



Sencillo, directo, arrollador. Me ponía los pelos de punta, la piel de gallina y el corazón en la boca. Sonrisa tierna, ojos chispeantes, y abrazos en los que me podría quedar de por vida. Porque solo allí, me sentía en casa y de repente lo tenía todo.Mi refugio cuando nada va bien. Un niño con disfraz de adulto, un alma insatisfecha buscando estrellas perdidas en el firmamento.
Y allí estaba yo, en medio de su camino, su lugar, donde podía parar a descansar del largo viaje recorriendo estratosferas. Sabía que era pasajero, pero bonito, necesario. Se llevaría una parte de mi con él. A partir de entonces seríamos dos en uno. Uno en dos.

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