13 oct 2015

Hacía frío

Mis dedos se entrelazaban entre los suyos tímidamente, extraños aunque cómodos, con la dulzura y el miedo de quien siente su sueño agarrado a él. Después de aquel fin de semana lleno de cosas inexplicables, de monstruos reales acechándonos mientras nos defendíamos a muerte del terror a perdernos entre la multitud, llegamos a ese día con sabor a interrogación.  
Las palabras no salían de mi boca quizá, por si romper el silencio significaba estropear ese instante, o por temor, a que se desvaneciera y termine despertándome una alarma gastada ya de quebrar sueños.
Intentaría describir como las hojas de los árboles caían sobre nosotros, aunque es posible que la atención que centraba en eso fuera demasiado difusa y descompensada.
Cual cuerda ahogándome sin piedad sentía la despedida en mi pecho. 
Respírame otro instante.
La estación. Un banco en el que se sentó, me hizo sentarme encima y me abrazó. 
Agridulce. Amargo. Gris.
No sé si el autobús realmente tardó tan poco o fue él el que paró mí tiempo. Me tenía que ir lejos, llamándose así cualquier distancia que me impidiera estar a menos de 2 cm de su cuerpo. 
Te quiero y un beso.
Yo también”- susurré sin saber que ese sería el último te quiero que le diría.
Sin fin. Afinado. Roto,



Tenía que habérselo dicho de verdad, con MAYÚSCULAS, sinespacios, sin aliento. Ojalá hubiera podido grabárselo más veces en la piel a besos, como a él y a mí nos gustaba,
a fuego lento.

Me fui en aquel autobús, mas nunca entendí:  por más que intenté seguir agarrada a su mano, él prefirió soltarme.
Eran alrededor de las 6 de la tarde 
y hacía frío.